jueves, 26 de diciembre de 2013

Incorporación de la aguada

Si bien los lápices de grafito se utilizan para trazar líneas finas, las aguadas aplicadas con pincel se introducen para matizar las sombras, modelar y contrastar. Por lo tanto, algunas técnicas de dibujo lineales suelen complementarse con la aguada. La incorporación de ésta en el dibujo refuerza su veracidad, pues completa la representación lineal al añadir el juego de luces y sombras, que representa mejor el modelado. La aguada aporta al dibujo nuevas calidades luminosas y cromáticas. Cuando se conocen y experimentan las posibilidades que ofrece esta técnica húmeda, es mucho más sencillo iniciarse en procedimientos complejos relacionaos con la pintura y el color.
El dibujo con aguada se lleva a cabo sobre un papel blanco en el cual el trabajo de valoración se realiza de menos a más, es decir, empezando por las sombras más suaves y terminando por las más contrastadas.
La clave de la aguada
La clave de una buena técnica de la aguada reside en una adecuada planificación de la distribución de la luz en el dibujo. Hay que decidir las zonas que vamos a preservar con el blanco del papel y la cantidad de tonos que vamos a utilizar; el éxito de la aguada depende de una evaluación meticulosa de sus matices, para que todo el tema muestre una iluminación coherente con suficientes contrastes. Por suerte, la necesidad de tener que esperar el secado de cada capa antes de aplicar una nueva nos permitirá trabajar con prudencia y lentitud para incrementar la intensidad tonal de cada zona después de una detenida reflexión.
Una capa sobre otra
La técnica de la aguada se basa en la superposición de capas translucidas de color. Se aplican primero las capas más palidas y transparentes, añadiendo una capa sobre otra hasta obtener los tonos más oscuros. Hay que trabajar despacio y probar previamente el color en un papel aparte, pues es difícil rebajar la intensidad de un tono una vez aplicado sobre el dibujo; habrá que evitar siempre el exceso de tinta. La aplicación de color de veladuras de color acumulativas, gradualmente más oscuras, pero siempre transparentes, produce en las sombras un efecto aterciopelado. Cuanto más agua añadimos a un color, más suave y transparente se vuelve la aguada

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